DOMINGO 2º. DE PASCUA. A. D. 19.04.2020. JN 20,19-31.

SEÑOR MIO Y DIOS MIO

Jn 20,19-31: Tomás no estaba presente, se resiste a creer el testimonio de sus compañeros. Quiere descubrir por sí mismo y nos enseña a recorrer ese camino de la fe.

Los discípulos están con las puertas cerradas por miedo a los judíos. El temor se había apoderado de ellos frente a la muerte de su maestro. Jesús llega, se coloca en medio de ellos. Les saluda: “La paz esté con Uds. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes” (v.21).  Jesús nos transmite seguridad, como la dio a sus discípulos y los envía a una misión, como Él la recibió de su Padre. Porque “ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el termino definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos (1 Cor 15,28) (D.A. 109)

Jesús sopló sobre ellos: “reciban el Espíritu Santo” (v. 23), haciéndolos una nueva creación, que nos recuerda las acciones bíblicas (Gn 2,7 o Ez 37). El espíritu del Señor Resucitado inicia una nueva experiencia, les confía la misión de anunciar el mensaje de reconciliación y de comunión. Porque como discípulos comprendemos que “sus palabras son Espíritu y vida” (Jn 6,63.68). “Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación” (D.A. 103).

Cuando los discípulos, le comunican a Tomás: “Hemos visto al Señor”, responde: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos…no creeré” (v. 25). Ocho días después, Jesús se presenta de nuevo. No le reprocha nada a Tomás, lo llama y le dice: “Mira mis manos, toca mis heridas. No seas incrédulo, sino hombre de fe” (v.27). Experimenta un encuentro personal con el resucitado y le dice: “Señor mío y Dios mío” (v. 28). ¡Cuántas veces nosotros como Tomás, hemos experimentado este camino de madurez en la fe! Como discípulos tenemos que tener un vínculo de amor, amistad, ser tocados en nuestro corazón y nuestra mente para descubrir que somos hijos de un mismo Padre, llamados a anunciar la vida como don de Dios en gestos concretos de solidaridad, sobre todo estos tiempos de la pandemia del coronavirus, no caben los miedos, la indiferencia. Porque “todo aquél que cree que Jesús es el Cristo es hijo de Dios y todo el que ama al Padre ama también al Hijo. Si amamos a Dios y cumplimos sus mandatos, es señal de que amamos a los hijos de Dios. Porque el amor de Dios consiste en cumplir sus mandatos, que no son una carga” (1 Jn 5,1-3).

“Felices los que creen sin haber visto” (v. 29). “Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud.  Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo” (Francisco, urbi et orbi). Solo tendremos los mismos sentimientos de compasión y de misericordia, si vivimos ese encuentro con el Resucitado y sabemos encontrarlo en el encuentro con nuestros hermanos.

(Fr. Héctor Herrera, o.p.)

 

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