La solución es el negocio

Los emprendimientos de base científico-tecnológica son, según el Banco Interamericano de Desarrollo, fundamentales para que la región no se quede rezagada en un mundo en trasformación. Y así, además de impulsar la economía, dar respuesta a males cotidianos

A Rodrigo Coquis (Lima, Perú, 1991), su padre le regaló un coche viejo cuando tenía 22 años. «Muy contaminante», aclara. Como estudiaba ingeniería, pensó que debía crear algo para que su vehículo dejase de contaminar. «Ni sabía cómo funcionaban los carros», reconoce. Pero empezó a investigar y después de varios intentos, lo consiguió. «Se me ocurrió que quizá alguien querría comprarlo, que podía ser un negocio». Junto con un socio, presentó su idea a un concurso de la universidad para obtener financiación y, como el dinero se fue muy rápido, luego a otro y otro. «Éramos como el protagonista de Pokémon, de gimnasio en gimnasio», cuenta. Pero su prototipo no era un Pokémon ganador, solo valía para coches antiguos y necesitaban uno que sirviera para los nuevos. Con los fondos que tenían, siguieron investigando e hicieron el descubrimiento que necesitaban. «Los combustibles tienen bacterias».

Al otro lado del teléfono, Coquis explica lo más didácticamente posible los intríngulis de su invento basado en nanotecnología para que los vehículos contaminen menos, el combustible cunda más y los motores sufran menos. Más de tres años de investigación que se han convertido en un producto —EcoVol— y una empresa de ocho trabajadores —GreenTech— rentables. El suyo es uno de los ejemplos que cita Pablo Angelelli, especialista de la División de Competitividad e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en su informe Emprendimientos de base científico-tecnológica en América Latina: Importancia, desafíos y recomendaciones para el futuro. «En el mundo en que vivimos, con un proceso de cambio tecnológico acelerado, es importante que la región no se quede atrás, y este tipo de emprendimientos son fundamentales», comenta.

Estas startups de base científico-tecnológica que conectan las universidades, sus centros de investigación y conocimiento, con el mundo emprendedor, no solo son esenciales para el desarrollo de la región, sino también para «afrontar los desafíos sociales», anota Angelelli. En el caso de GreenTech no solo crea riqueza y empleo, exportando su marca además a otros países, sino que también contribuye a solucionar un problema, el de la contaminación que en Lima, principal destino de sus productos, sobrepasa con creces los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Solo durante el confinamiento para frenar la expansión de la covid-19, cuando circulaban un 10% de los dos millones de coches que normalmente recorren sus calles, los limeños han podido respirar aire limpio.

Para que este modelo sea posible es «un requisito esencial tener buena ciencia», explica Angelelli. «Y en la región hay unos pocos países que tienen esas capacidades y otros con sistemas científicos débiles», comenta. Por eso, hace un llamamiento a los gobiernos para que inviertan más «desde el minuto cero» en generar conocimientos de calidad y que estos sirvan para la creación de negocios. «Que la investigación no sea solo evaluada por el número de papers [artículos científicos] publicados, sino también por la cantidad de patentes y emprendimientos». Coquis coincide: «El mundo está lleno de problemas y hay muchos papeles; pero hay desafíos que no tienen solución, hay que inventarla».

«Tenemos que trabajar en triángulo: definir las misiones clave, que haya más equipos de científicos que intenten solucionarlas y más inversión», resume Angelelli. Para ello, según las conclusiones de su estudio, hay que transformar culturalmente a los centros de investigación y que su ciencia pueda ser tomada para convertirla en negocio. «Si los países de la región priorizaran este tema, con los recursos humanos que hay, se podrían crear 3.000 emprendimientos de base científico-tecnológica», subraya el experto. Pero ninguna de tales recomendaciones serán fructíferas, reconoce, sin los cimientos imprescindibles: la educación superior. Aunque la cantidad de personas entre 18 y 24 años que asisten a una institución de educación superior aumentó del 21% en 2000 al 43% en el 2013, según un estudio de 2017, la mitad no logra acabar los estudios. Una tarea en parte pendiente. «Y hay que conseguir que cada vez más niños se dediquen a temas de ciencias y emprendimiento, que tengan vocación científica», agrega el experto del BID.

La pandemia, comenta Angelelli, ha puesto en valor este tipo de proyectos pues «reaccionaron rápido para inventar cosas que no tenían», por ejemplo, desarrollar test rápidos de detección de coronavirus y otras innovaciones que están siendo fundamentales en la lucha contra la covid-19. Pero advierte: «Los gobiernos tienen que establecer una política específica. Este tipo de emprendimientos no son de un día para otro, requieren años y cientos de miles dólares, incluso millones. Esta es una inversión paciente y necesita de alianzas público-privadas».

Efectivamente, el equipo de GreenTech tardó unos tres años y necesitó miles de dólares de instituciones públicas y del propio BID para convertir su prototipo en un producto bueno. «Lo caro en estos proyectos es el desarrollo de la idea», apunta su creador. Ahora planea solicitar más ayudas para repetir el proceso y conseguir que su tecnología sirva también para vehículos pick-up, muy populares en América Latina. Aunque su invento reduce considerablemente las emisiones de partículas contaminantes, «hasta el 80%», según sus estudios con diferentes modelos de distintas marcas de automoción, es el ahorro de combustible lo que «más vende», asegura Coquis. «Todavía no hay una gran conciencia en la región con el medio ambiente», opina.

El proyecto del doctor Fernando Vázquez Alaniz y la magíster Marlenne Perales García, ambos de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), sin embargo, también se focaliza en solucionar un problema ambiental. Ambos desarrollaron un bioplástico fabricado con cáscara de naranja, de fácil y rápida biodegradación. Concretamente, tarda en descomponerse entre 60 y 90 días, mientras que una bolsa de plástico tarda 150 años en degradarse en el océano y una botella enterrada permanecería unos 1.000. El invento de esta empresa, Geco, «puede ser utilizado como materia prima para textiles, envases y embalajes», sugiere Hugo Kantis, coautor  del informe sobre emprendimientos de base cientifíca del BID y quien estudió el caso de este negocio.

«La idea surgió del contacto, en 2015, entre la estudiante Giselle Mendoza, de 21 años, y la profesora en Biotecnología Marlenne Perales, al comprobar que México es el quinto productor mundial de naranjas y que la mitad de su peso se desecha, siendo foco de contaminación y generación de enfermedades respiratorias. Por lo tanto, su reciclaje para generar plásticos rápidamente biodegradables podría tener un doble impacto ambiental positivo», escribe Kantis.  En este ejemplo, es la empresa privada la que se ha interesado por el invento. Y no solo una, sino varias grandes compañías como Bimbo, Jumex, Toks, Goss, Griffith y Reyma, esta última la mexicana más relevante en materia de producción de plásticos.

Estos son ejemplos de lo que, en opinión de los expertos del BID, que invierte en este tipo de emprendimientos, se puede y debe hacer para mayor desarrollo de América Latina y el Caribe. Y que esas 3.000 potenciales empresas de base científico-tecnológica emerjan.

Fuente: Elpais.com

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