DOMINGO 26 T.O. CICLO A. D. 27.9.2020. Mt 21, 28-32.
RECAPACITÓ Y FUE
Toda la ley y la tradición judía está determinada de manera muy clara: el justo, que practica la salvación y la justicia salva la vida, y el pecador que comete la maldad muere por la maldad que cometió. Sin embargo, el profeta Ezequiel le da vuelta y nos presenta lo contrario: un justo que muere por su maldad y un pecador que recapacita y vive. Describiendo así una posibilidad en la que todos, por muy buenos y fieles, podríamos incurrir. La responsabilidad personal es el primer paso hacia la solidaridad y la transformación del mundo. Siendo cada uno responsable de sus actos debe asumir un cambio útil de conversión. Por eso oramos con el salmo suplicando el amor y la ternura eternos de Dios y pidiendo de Él el don de la lealtad.
En el camino de la conversión y la obediencia, nos recuerda Pablo, Cristo es el mejor modelo de humildad, obediencia y de las relaciones fraternas, “teniendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús sin rivalidad y presunción”. Es claramente una llamada a la responsabilidad personal que va siempre junto con otras actitudes subrayadas por Pablo: humildad, compasión, “mantenerse unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”.
Jesús presenta, en la parábola del evangelio, la misma lógica del profeta: un hijo que dice ser fiel y no cumple; y otro que responde que no y luego recapacita y obedece con fidelidad. El que reconoce su pecado y se arrepiente, el que recapacita y regresa al camino encuentra la vida. No parece estar claro detrás de cuál de ellos está la obediencia, aunque detrás de ambos está la mentira. Pero hoy nos hemos acostumbrado a vivir en el engaño: mentimos unos y otros, mentimos para salvarnos, mentimos para poner máscaras que no revelen la verdad. El engaño es parte de la vida, y preferimos decir “un falso sí” para no comprometernos con los otros. No es así con los publicanos y las prostitutas que, aunque están evidentemente fuera de la moral y de la ley, entrarán en el Reino porque creyeron en Jesús y, conscientes de su pecado, apelan a la misericordia y al amor eterno de Dios. Nos encanta escuchar este testimonio precisamente de un publicano que aceptó a Jesús como propuesta. ¿Defendemos las actitudes del Reino, la responsabilidad personal y la disposición a la misericordia? ¿Somos fieles al proyecto de Jesús, capaces de recapacitar y rectificar en la vivencia cristiana cuando lo necesitemos?
Fuente: Editorial Claretiana