Abandono en la lucha contra el cáncer

En el año 2019, casi 4 de 5 adultos mayores en el Perú reportaron padecer alguna enfermedad catalogada como crónica. Esta situación es aún más crítica en regiones de la Sierra Sur y la Costa Centro, donde las condiciones geográficas y el acceso limitado a servicios de salud agravan el panorama y el costo de los servicios de salud.

Uno de estos casos es el de Magdalena, una mujer de 63 años, que comparte su hogar con su pareja e hijo. Ella pasa la mayor parte del día recostada, mirando televisión o durmiendo, pero no por pereza, sino porque el cáncer ha invadido su cuerpo desde hace cuatro años.

Magdalena decidió no someterse a tratamiento por miedo a no resistir, pero ahora lamenta esa decisión, pues la enfermedad ha avanzado y la situación se ha vuelto más grave. Hace dos semanas, asistió a una consulta médica y el doctor, le dijo:
«-Lo peor está por venir. Ya no podrás ir sola al baño, ni comer, ni realizar movimientos ‘sencillos’. Tus huesos se vuelven cada vez más frágiles».

Parte del día ella la pasa sola porque su pareja e hijo están fuera trabajando, la única persona que la ayuda es una vecina, quien se encarga de comprarle el almuerzo y la cena, y a veces, también le cocina. Su esposo, por su parte, se ocupa del desayuno.

Pero Magdalena tiene tres hijas, que la visitan esporádicamente, porque ellas viven lejos, por lo que no saben a detalle sobre su condición y tampoco les dice para no preocuparlas. Recibe llamadas con frecuencia de sus hijas para saber cómo está, pero ese tipo contacto no basta ya que necesita apoyo, esa ausencia la hace llorar, pues siente que, a pesar de los esfuerzos por mantenerse en contacto, el apoyo emocional es insuficiente.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), registro en 2017, 82,141 personas de 70 años o más viven solas en la región de Arequipa, tanto hombres como mujeres. De esa cifra, 5,580 son hombres que habitan en hogares unipersonales, mientras que 5,119 son mujeres en la misma situación, números que reflejan una realidad de soledad y vulnerabilidad, más cuando se enfrenta una enfermedad crónica.

Para Magdalena, Caminar tres metros le parece una maratón, su respiración se acelera. Estar sentada por más de una hora es una tortura, sus quejidos se hacen notorios. La única manera de “sentirse bien” es echada y tomar medicamentos cada 8 horas.

Al llegar el medio día ella llama a su vecina para que le compre su almuerzo, cuando se sienta a comer, su postura encorvada, su cabello desordenado, su escaso apetito, y las manos temblorosas al sujetar el cubierto son reflejo de su enfermedad. Todo esto es parte de su rutina diaria de una mujer que lucha, no solo contra el dolor físico, sino también contra la soledad emocional que la acompaña.

Redacción Ana Gabriela Ancco 

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