Lunes 19 de agosto de 2019. 20ª Semana T.0.
Juan Eudes (1680)
Jue 2,11-19: El Señor hacía surgir jueces. Salmo 105: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo. Mt 19,16-22: Vende lo que tienes y sígueme.
Mt 19,16-22. Un joven rico se acerca a Jesús y le pregunta ¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? (v.16). La vida eterna no se hereda. Jesús le dice uno solo es bueno: Mi Padre, de quien lo he recibido todo. Tal vez se trate de un joven rico terrateniente, lo cuestiona sobre el amor a su prójimo, si ha cumplido los mandamientos entre ellos, no robarás, no estafarás (Dt 24,14) ver Lv 13), quiere decir no explotarás al jornalero. Lo conduce a descubrir el amor a Dios y a su prójimo.
El joven rico, tal vez como nosotros tienen segura la vida. La vida eterna hay que conquistarla. Encuentra tu tesoro en Dios, quien es el único bueno. Los fariseos presumían de ser buenos, por ser cumplidores de la Ley. Tal vez nosotros, pretendemos ser buenos porque cumplimos los mandamientos, sin comprometernos con el prójimo.
El joven rico es un varón honesto y sincero, como lo podemos ser nosotros. Le falta una cosa. “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, después sígueme” (Mt 19,21). Esta es la propuesta de Jesús para todos nosotros. Quizás no tengamos bienes materiales o riquezas como este joven, a veces nos aferramos tanto a los bienes materiales, que todo lo que se nos presenta, lo queremos para nosotros mismos, acumulamos. Queremos suprimir la palabra solidaridad. Jesús nos abre los ojos y el corazón: el tesoro es Dios y la riqueza de Dios está en nuestros hermanos.
Jesús nos indica un nuevo estilo de vida, muy diferente a lo que se piensa en este mundo. La verdadera pobreza es seguir a Jesús, quien es rico en compasión y misericordia, nos enseña a descubrir las causas de la miseria, para crear nuevas condiciones de vida para todos. Comprometernos con los más desvalidos que no pueden organizarse, defenderse, liberarse de todo lo que nos oprime. Acompañar, educar, formar en la fe en el verdadero seguimiento a Jesús.
Seguir a Jesús en cualquier estado de vida cristiana es amar a Dios. Dejarnos interrogar por Él en nuestra vida personal y comunitaria. Amar al prójimo es ayudarle con alegría a descubrir su sentido de persona y de pertenencia que unidos al amor a Dios y al prójimo haremos que el reino de Dios de justicia y paz nos comprometa una mejor distribución de los bienes al servicio del bien común.
¿Estamos decididos a seguir a Jesús, descubriendo el amor a Dios y amando al más necesitado?
Fr. Héctor Herrera OP.