Sábado 31 de diciembre 2022. Octava de Navidad

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2, 18-21

Sal 95, 1-2. 11-12. 13 R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Juan 1, 1-18: Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

En el momento que escribe San Juan esta carta había entre los cristianos la idea generalizada de que el mundo presente llegaba a su fin. Nos habla también de que “muchos anticristos han aparecido” como prueba de la llegada de la última hora. Los anticristos aunque eran de los nuestros han dejado de serlo… Sigue la dialéctica que Cristo vivió desde su venida a nuestro mundo. Muchos le aceptaron, pero otros muchos le rechazaron hasta clavarle en una cruz. Pero venció a la muerte, resucitó y ha sido y sigue siendo vida para todos los que le acogen y aceptan.

Nosotros, cristianos que vivimos este último día del año 2020, no queremos ser anticristos, sino todo lo contrario. Queremos seguir acogiendo en lo más íntimo de nuestro corazón, a Jesús, al Niño-Dios, que nos ha nacido el día de Navidad, y poder disfrutar del amor,  de la luz, de la plenitud de la vida que después de nuestra resurrección nos quiere regalar.

Rico, muy rico en verdades sublimes este conocido prólogo del evangelio de San Juan. Destaquemos algunas de ellas. La primera y principal, de la que parten las demás, es que la Palabra, Jesús,  ha venido hasta nuestra tierra. Todo un Dios que viene hasta nosotros  y nos ofrece lo que más necesita nuestra persona. “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Vida y luz, una luz que disipa nuestras tinieblas. Lo pasamos mal cuando no vemos claro, cuando las oscuridades prevalecen sobre las claridades. Dios nos ha dotado a los hombres de libertad y usando de ella podemos cometer el enorme error de rechazar a Jesús y la vida y la luz que nos brinda. Pero a cuantos le reciben, y nosotros queremos recibirle “les da el poder de ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.  Enorme el amor que Jesús nos tiene que le lleva a hacernos hijos de Dios. Dios para nosotros no es en primer lugar el Omnipotente, el Altísimo, sino nuestro Padre, el que nos ama y cuida de nosotros, y  al que podemos dirigirnos sin temor, sin miedo porque es nuestro Padre. Toda la vida es distinta y mejor si Dios es nuestro Padre entrañable.

F/ Dominicos.org

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