Viernes 01 de noviembre de 2019. C. 30 Semana T.0.

Todos los Santos

Ap 7,2-4.9-14: Vi una multitud inmensa. Salmo 23: Éstos son los que buscan al Señor. 1Jn 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es. Mt 5,1-12a: Estén alegres, su recompensa será grande.

Hoy celebramos la fiesta de todos los santos. El emperador Focas de Roma, entregó el templo, dedicado a los dioses, al Papa Bonifacio IV, quien trasladó las reliquias de los mártires. A principios del siglo VII se dedicó a Santa María y a los mártires. Posteriormente se extendió esta solemnidad a toda la Iglesia. El Papa Gregorio IV dispuso que se celebrará el primero de noviembre a todos los santos.

Dios es amor y todos estamos llamados a amar, como nos recuerda 1 Jn 4,7 ss. Dios está en todas aquellas personas que aman con la ternura de los hijos de Dios. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. A todos los santos anónimos, a aquellos que sin distinción de religión vivieron esa santidad marcada por el amor, la justicia, la defensa de la vida y de la creación.

Todos estamos llamados a ser santos, a buscar la felicidad en Dios, como nos recuerda el Papa Francisco: “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23).(G. et E. 15)

“Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio. (G.E.19)

Tú como papá, mamá, abuela, abuelo, hija, hijo, estamos llamados a ser santos, a la felicidad. Es feliz quien no habla mal o no hace daño a su prójimo. Son los gestos sencillos, donde Dios nos va modelando en el camino de la vida. Cuando, pese al cansancio, sabes escuchar a quien necesita ser escuchado, amado, con el migrante o el pobre que pide tu atención. En la realización de tu trabajo, estudio. En saber hacer las cosas correctamente a los ojos de Dios y de quienes te rodean. Solo en la búsqueda de la felicidad, te conduce al camino de aquel que es Santo entre los Santos, Jesús que pasó haciendo el bien, sanando las heridas, los corazones destrozados. Él es nuestro amigo, quien nos acompaña en toda nuestra vida. Nos exige esfuerzo, paz interior y exterior para encontrarnos con el rostro misericordioso del Padre que nos ama y que nos llama a amarlo en todos los que nos rodean.

¿Buscamos a Jesús como el camino y el centro de nuestras vidas? ¿Encontramos en Él la fuerza de la felicidad y el camino a madurar en la fe, haciendo cada día las cosas que le agradan?

Fr. Héctor Herrera, O.P.

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