Viernes 18 de febrero de 2022 de la Sexta Semana del Tiempo Ordinario
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-24. 26
Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6 R/. Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor
Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 34 – 9, 1
No son raros ni demasiado lejanos los ejemplos concretos a los que nos remite este Evangelio. Personas y momentos de nuestras vidas que encontramos vacíos, a pesar de tenerlo todo a los ojos del mundo y de la sociedad o, incluso, después de haber logrado algo que llevábamos tiempo anhelando; y nos preguntamos: ¿qué me falta que no soy feliz? El hastío existencial se expresa en esa angustiosa pregunta: ¿de qué sirve?; y todo a nuestro alrededor parece perder el color.
Jesús habla con claridad y nos obliga a posicionarnos, a repensar nuestras actitudes y poner nuestra vida en consonancia con nuestra fe, con nuestra adhesión a Él y a su Evangelio. No se puede estar entre dos aguas. Pero dice aún más, nos da una clave: «Quien quiera salvar su vida, la perderá”. Y esto, ¿por qué? Porque hemos sido creados para entregar la vida. Este es el sentido de nuestra vida: darla. Por eso, reservándonos no hacemos otra cosa que traicionar la razón por la que estamos aquí. Guardándonos y encerrándonos en nosotros mismos traicionamos a Dios que nos exhorta al amor, pero –y conviene no olvidarlo- con Él, nos traicionamos a nosotros mismos, truncamos el sentido de nuestro ser, nos hacemos infelices. Jesús nos está invitando a seguirle y eso significa asumir el riesgo de una existencia que no se reserva, que se da, como se dio él, en la certeza de que es más fuerte el amor que la muerte; que la cruz, que no niega y que nos invita a cargar como él cargó, no tiene la última palabra y es una cruz gloriosa, que nos lleva a la vida; que este Jesús muerto en cruz es el Cristo resucitado. Solo así podemos acoger esta invitación a perder nuestras vidas, con la confianza de que no es un suicidio absurdo ni masoquista, sino que tiene una perspectiva que es de vida, de dar fruto, como el grano de trigo. «El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». No porque ganemos con nuestros méritos la salvación prometida, sino porque acogemos así la salvación para la que hemos sido creados, realizamos en nosotros el plan que da sentido a nuestra existencia o, mejor dicho, nos abrimos al proyecto de amor para el que Dios nos pensó.
Si Santiago nos preguntaba en la primera lectura cuál es el sentido de una fe desconectada de lo concreto de la vida, el Evangelio no se aleja de esa idea y nos pregunta ahora con fuerza: ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si arruinas tu vida? Es decir, ¿qué sentido tiene poseerlo todo a los ojos del mundo y estar vacío por dentro? Y si sentimos en nuestro interior que algo falla; que, a pesar de esforzarnos e incluso lograr aquello que se supone que es importante, sigue resonando en nuestro interior aquel “¿De qué sirve?”, quizá haya que cuestionarse ¿Cuál es la lógica que cimenta mi existencia? ¿Cuál es el orden de prioridades que mueve mi vida?
F/DOMINICOS.ORG