Viernes 15 de noviembre de 2019. C. 32ª Semana T.0.

Roque González (1628) San Alberto Magno, o.p. (1280)

Sab 13,1-9: ¿Cómo no encontraron a Dios? Salmo 18: Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. Lc 17,26-37: Quien trate de conservar su vida, la perderá

Lc 17,26-37: El evangelista nos hace reflexionar sobre el sentido y fin de nuestra vida. Nos plantea el ejemplo de Sodoma y los contemporáneos de Noé. Ellos perecieron porque se ocuparon de lo material, no valoraron la vida, se olvidaron de Dios, como sucede hoy.

Tomemos en serio, el cambio climático. Los países grandes son indiferentes y sordos, porque las consecuencias las sufrimos los países pobres. Todos, hacen un urgente llamado a la solidaridad en defensa de la tierra, nuestra casa común: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados (LS 93).

Las consecuencias globales que se derivan de la dramática aceleración del cambio climático nos obligan a redefinir nuestros conceptos de crecimiento y progreso”. Jesús nos recuerda claramente: “Quien trate de conservar la vida la perderá, pero quien la pierda la conservará” (Lc. 17,33). Con estas sabias palabras Jesús nos va descubriendo, el reino de Dios se construye protegiendo la naturaleza y el hábitat de los pueblos originarios. Urgiendo al Estado y a todos los organismos inversionistas a pensar no en el dinero que se esfuma, sino en el futuro de las generaciones. “La mayor riqueza son los pueblos indígenas, porque ellos son hijos, as de Dios que saben comunicarse y mostrarnos la riqueza de su cultura y de sus costumbres”.

Que pongamos en práctica el documento final del Sínodo para proteger la Amazonía, pulmón de la humanidad. Hoy recordamos a San Alberto Magno. Fray Alberto desarrolla durante toda su vida su vocación docente, comenzando en el convento de Colonia. Enseñó también en París, Hildesheim, Friburgo de Brisgovia, Ratisbona, Estrasburgo, y de nuevo en Colonia, donde hacia 1244 tiene como discípulo a santo Tomás de Aquino. Más tarde regresa a París, donde imparte exitosas lecciones de alcance europeo. Tras conseguir el título de maestro en teología (1246), continúa en París, en una de las cátedras dominicanas, y de nuevo en Colonia, donde regenta el nuevo Estudio General (facultad teológica privada).

En él tenemos un modelo de científico creyente: no concebía conflicto alguno entre ciencia y religión. En general, todos los elementos de su vida nos muestran esta eterna novedad: aunaba en su persona al teólogo y al místico (teoría y experiencia de Dios), al obispo y al fraile (gobierno y vida comunitaria), al sabio y al santo (sabiduría y humildad). San Alberto, sin ninguna duda, aparece ante nosotros como una figura verdaderamente universal.

Su vida reúne múltiples facetas: científico y teólogo, fraile y místico, obispo y doctor de la Iglesia… Patrono de los científicos, es también considerado uno de los más grandes genios de Occidente y un santo de talla universal, de ahí el apelativo de Magno, que tan solo él ha merecido en el campo del conocimiento.

Fr. Héctor Herrera, o.p.

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