Viernes 20 de noviembre de 2020. Semana 33 T.0.

Andrés Solá y comps. (1927)

Ap 10, 8-11 Me comí el librito

Salmo 118:

Lc 19, 45-48: Mi casa es de oración

Jesús hace un signo profético al echar a los mercaderes del templo, que no buscan el rostro del verdadero Dios, sino sus propios intereses. Es la clase religiosa dirigente, quienes manejaban el Templo como un negocio y deciden su muerte. En su pasión y resurrección nos muestra que Él es la piedra fundamental de este nuevo templo que es su Iglesia.

Templo, altar, ritos y ofrendas tienen un valor cultual, pero no bastan por sí solos. Para un culto vivo a Dios cuenta más el factor humano, es decir la fe del creyente y de la comunidad que unidos a Cristo, adoran y alaban al Padre en espíritu y en verdad, como dijo Jesús a la samaritana: “llega la hora y ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque esos son los adoradores que busca el Padre” (Jn 4,23).

A veces ciframos nuestra fe solo en los objetos religiosos, o en cumplir con los sacramentos, sin vivirlos. Y olvidamos que cada uno somos templo vivos de Dios, que estamos llamados a ser hermanos, as, a no profanar este templo que es cada persona.

Y por eso la vitalidad de la comunidad cristiana, cuerpo y templo de Cristo esta llamada a promover y defender la vida como don de Dios, a defender y promover los valores morales, frente a una sociedad que se cree especialista, por la venta consumista que pone en riesgo el valor del amor verdadero, el respeto, la fidelidad y la verdad.

¿Cómo actuamos como creyentes en nuestro hogar? ¿Qué hacemos para educar a nuestros niños y jóvenes en los valores cristianos?

(+) Fr. Héctor Herrera op.

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