Viernes 21 de marzo del 2025. Segunda semana de Cuaresma
Primera lectura: Libro del Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28
Salmo 104, 16-17. 18-19. 20-21 R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor
Mateo 21, 33-43, 45-46: Es nuestro hermano
“Es nuestro hermano”
¡Cuántas veces, por desgracia, se cumple el dicho latino: Corruptio optimi pessima! La corrupción de lo óptimo es lo pésimo. La fraternidad es una de esas realidades sublimes, óptimas, de las que podemos disfrutar las personas humanas. ¡Cómo gozamos cuando los hermanos nos llevamos bien, nos hablamos, confiamos unos en los otros, nos ayudamos, nos consolamos… nos amamos! Pero, ¡cuánto sufrimos cuando la fraternidad se corrompe! Y los que son hermanos dejan de tratarse como tales y pueden llegar a lo más alto de lo peor, a lo pésimo. Por envidia, por celos, los hermanos de José se vuelven enemigos de él, buscan su mal, y proponen tres reacciones contrarias a la fraternidad: matar a José, arrojarle a un pozo, venderlo a los ismaelistas.
Tenemos toda la razón en indignarnos contra los hermanos de José. Pero tenemos también que mirarnos al espejo. El espejo nos devuelve la imagen de muchas antifraternidades que estamos realizando en nuestra sociedad. Millones y millones de hermanos nuestros padecen hambre severa y muchos de ellos mueren, por culpa de una mala distribución de la riqueza. Millones de emigrantes y refugiados, hermanos nuestros, no son tratados como hermanos en los países que los medio recibimos. Y a nivel más personal, siempre nos tendremos que preguntar cómo vivimos la fraternidad predicada y querida por nuestro Maestro y Señor, Jesús de Nazaret. Que nunca nos disculpemos como Caín, al ser preguntado por el paradero de su hermano Abel: “No sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano”?
El misterio del rechazo a Dios
Nos encontramos con esta parábola donde que apunta al rechazo y muerte de Jesús. Jesús sufrió por el rechazo de su pueblo. Hasta lloró contemplando a Jerusalén. Sus compatriotas de Jerusalén no le hicieron caso, y Jesús llora por ellos. Llora porque les ofrecía algo sublime, algo que toda persona necesitamos y no lo aceptaban. Les ofrecía vida y no la querían, les ofrecía luz y no la querían, les ofrecía verdad y no la querían, les señalaba el camino que lleva al sentido, a la esperanza y se iban por otros. En una de sus discusiones con los judíos les tuvo que decir: “No queréis venir a mí para tener vida”.
Ojalá que nosotros, cuando alguien, desde fuera o desde dentro, nos pregunte si queremos abandonar a Jesús y no hacerle caso, le podamos decir desde lo más hondo de nuestro corazón: “Señor Jesús ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna”… nos quedamos contigo.