Lunes 30 de diciembre de 2019. A. Octava de Navidad.

Juan Ma. Bocardo, fundador (1884)

1Jn 2,12-17: Haz la voluntad de Dios. Salmo 95: Alégrese el cielo y goce la tierra. Lc 2,36-40: Ana hablaba del Niño.

Lc. 2,36-40: nos presenta a Ana, hija de Fanuel (v.36). Una mujer anciana como Simeón, esperaba la liberación de su pueblo y al Salvador prometido. ¡Qué alegría experimentarían estas personas, como nuestros abuelos, cuando nace un nieto! No cesaba de agradecer a Dios con alegría.

Ellos representan al pequeño resto de Israel que esperaba con ansias al liberador. La liberación está ya entre ellos y nosotros.

Jesús es nuestro liberador, aquél que nos libera desde la profundidad interior. Él es la luz que abre nuestros ojos para contemplar el rostro de Dios y contemplarlo en la realidad de los vivientes, con todas las consecuencias y retos que nos espera.

Es el Dios con nosotros, en concreto nos invita a tomar la vida en serio con fe y con esperanza. El apóstol y evangelista Juan nos recuerda que Jesús nos vincula y une por el amor. El amor nos hace crecer y madurar como seres humanos.

Este conocimiento del amor a Dios nace, crece y se desarrolla en la familia. Juan lo dice claramente en su carta 1 Jn 2, 12-17: “Padres, les escribo a ustedes, porque conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les escribo a ustedes porque han vencido al Maligno” (v. 13)

Si conocemos a Dios y caminamos en su presencia, sabremos vencer al mal, la codicia, orgullo y ambición para buscar el verdadero tesoro que es Dios. Esto es lo que mantendrá a una familia unida y reconciliada consigo mismo y con Dios. “Los ancianos ayudan a percibir «la continuidad de las generaciones», con «el carisma de servir de puente»[215]. Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y «muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana» [216]. Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede. Quienes rompen lazos con la historia tendrán dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los dueños de la realidad. Entonces, «la atención a los ancianos habla de la calidad de una civilización. ¿Se presta atención al anciano en una civilización? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización seguirá adelante si sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos» [21].

Fr. Héctor Herrera, o.p

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