Homilía XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2020-2021 (Ciclo B)

Primera lectura: Génesis 2,18-24

Salmo Sal. 127,1-2.3.4-5.6

Segunda lectura: Carta a los Hebreos 2,9-11

Evangelio: Marcos 10,2-16

Requerimos compañía humana, compañía de otros. Somos seres sociales, crecemos en sociedades y suspirar por la socialización de manera presencial o virtual. Incluso literalmente muchas personas se en-redan, es decir participan profusamente de la virtualidad.

Esta primera Lectura es denominada el segundo relato de la creación del Génesis. Desde nuestra actualidad podemos decir que hace hincapié en la cooperación mutua entre los seres humanos.

Adán deberá poner el nombre a las cosas creadas, colocará el nombre a la creación. Nosotros, los seres humanos, participamos del bienestar incluso de la naturaleza, sin embargo nuestra vida natural está siendo agredida, algo que nos está llevando a cambios irreversibles.

La segunda Lectura resalta a Jesús, coronado de gloria y honor. Él es nuestro Salvador, el guía de nuestra salvación, que nos implica en la salvación de los demás.

Y la obra salvífica nos complica a todos. Nos enreda en la vida de la gente, especialmente de los que pasan mal en nuestra sociedad.

Nuestro “enredo salvífico” es también virtual pues mucha gente busca socializar de esa manera y anhela bucear ahí para hallarle sentido a sus vidas. Estamos hermanados en Jesucristo, quien nos promueve a la hermandad.

El inicio del Evangelio de hoy cuenta la mala intención por parte de los fariseos a Jesús al hacerle una pregunta. ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer?, pregunta que no se hace además en sentido contrario.

El Evangelio nos habla de la unidad tan intensa entre varón y mujer que serán una sola carne. Y que lo que Dios ha unido, que no sea separado por nadie.

Le acercan niños a Jesús para que los tocara. Él se enfada pues los discípulos regañaban a los pequeños.

Ante esta situación, Jesús pone de relieve a los niños, pues están socialmente poco considerados. Los derechos de la niñez son muy contemporáneos, incluso falta la puesta en práctica de muchas leyes en favor de la infancia.

“Dejen que los niños se acerquen a mí: no se lo impidan…” exclama Jesús. De los que son como ellos es el reinado de Dios.

Quien no reciba el reinado de Dios como un niño, no entrará en él. Hemos de recibir a los niños, hemos de recibir el Reino.

Y Jesús tomaba en brazos a los niños y los bendecía. Recibiendo a los niños recibimos a Jesús… y recibimos el Reinado de Dios…

A la par, nosotros discípulos de Jesús nos abrimos a dejarnos guiarnos por los niños y aspirar un mundo mejor para los pequeños.

 

Fr. Marco Antonio Nureña Anacleto, OP

 

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