Martes 22 de abril del 2025. Semana de la Octava de Pascua
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 36-41
Salmo 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 R/. La misericordia del Señor llena la tierra
Juan 20, 11-18: Dime dónde lo has puesto
María Magdalena, a quien primero se aparecerá Jesús, ha llegado al sepulcro. Allí se encuentra con dos ángeles que ocupan el lugar donde ha estado el cuerpo de Jesús y al ver su llanto le preguntan por qué llora. Busca a Jesús y no lo encuentra. Ella cree haber perdido a Jesús para siempre. Por eso, ante la reiteración de la pregunta: “¿Por qué lloras?”, responde con esos tres “lo”. “Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Da por sentado que su labor ahora es llevarse el cuerpo de Jesús.
Y, el que ella cree es el jardinero, es el mismo Jesús que con cariño pronuncia su nombre y ante la voz familiar ella siente renacer otra vez la ilusión de vivir junto a Jesús.
Qué sorpresa la suya. Ese jardinero no es otro que el mismo Jesús. Debió tirarse a sus pies, de emoción y de reconocimiento. Jesús la reconviene y le encomienda un mensaje que se convierte en una misión: anunciar a los apóstoles que Jesús, resucitado, sube al Padre, el suyo que, a la vez, es el nuestro.
Ella debió salir corriendo, llena de alegría, a hacer lo que el corazón y Jesús el pedían: anunciar a los discípulos que había visto al Señor. Proclamar que ese Jesús, que había sido ajusticiado por los romanos, muriendo en una cruz, ella lo había encontrado cuando buscaba su cuerpo en el sepulcro.
Y esa fue la misión de María Magdalena; fue la de los apóstoles y es también la nuestra.
Todo cristiano no es sino un testigo que manifiesta con su vida y con su palabra que Cristo sigue vivo porque ha resucitado. Es la misión que nos toca renovar en este tiempo de Pascua. Cuando todavía resuena en nosotros el testimonio vivo de quienes la vivieron y por él dieron la vida, debe llegar a nosotros esa necesidad. Cristo sigue vivo si tú y yo somos capaces de vivir coherentemente nuestra fe.
Desde entonces, anunciar a Jesús resucitado ha sido responsabilidad de todos los cristianos. Nos toca hoy a nosotros, aunque con frecuencia se nos olvide.
Trabajemos para que nunca desaparezca de nuestro horizonte esa luz que ha de iluminar nuestro camino. Ese ha de ser nuestro compromiso. Sigamos alegrándonos con la resurrección de Jesús y proclamemos la bondad de Dios cantando con alegría el aleluya que entona la Iglesia por todos los lugares.
¡¡Aleluya!!