Jueves 18 de abril 2024. Tercera Semana de Pascua

Primera lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 26-40

Salmo 65, 8-9. 16-17. 20 R/. Aclamad al Señor, tierra entera

Juan 6, 44-51: El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo

Tras la multiplicación de los panes y los peces Jesús se desplaza con sus discípulos a Cafarnaúm, y hasta allí va buscándolo la gente, y Él aprovecha para hablarles del auténtico pan del cielo, no el que habían comido hasta saciarse, sino de aquel que da la vida eterna.

Comienza advirtiendo que todo el que quiera llegar a él, previamente lo ha tenido que atraer el Padre celestial, tal como dicen las escrituras “serán todos discípulos de Dios”.

Jesús manifiesta a Dios como Padre, siempre preocupado por el hombre. El alimento que les promete, ofrece la vida definitiva ya desde el momento que se asume.

En este pasaje Jesús no pretende que nos convirtamos en caníbales antropófagos. La imagen de comer y beber se refiere a creer en Él y asimilar totalmente su ser, introduciéndolo en el nuestro como introducimos lo que comemos o bebemos, pero asumiendo que Él es la vía para alcanzar la vida eterna, como nos dice que “el que coma de este pan, vivirá para siempre”.

Esto no fue entendido por los judíos, que no comprendían la simbología de lo que les estaba anunciando y también, en parte, fue el motivo de que muchos de sus seguidores lo abandonaran.

Por lo tanto, para descubrir claramente a Jesús, hay que dejarse arrastrar por lo que hay de Dios en lo profundo del hombre, y de esta forma emprender una vida hacia adelante, para llegar a alcanzar la meta que es la configuración con Jesús como reflejo del amor del Padre encarnado por nosotros.

¿Es nuestra vida un auténtico testimonio para los que viven a nuestro alrededor?

¿Nos sentimos atraídos hacia Jesús, como pan vivo bajado del cielo?

El mensaje de Jesús es duro, pero ¿lo asumimos?

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